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Por Por Cristina Banegas
Es una película que vi cuando era muy joven, calculo que un poco después de su estreno, en el cine Lorraine, que era donde íbamos a ver buen cine.
Justo hace unos días me llegó por correo un disco de regalo de una amiga francesa en el que ella hace “Le Tourbillon”, la canción de Rezvani que canta Jeanne Moreau en la película. Me trajo muchas imágenes. La luz de la película, que es algo inolvidable, esa casa donde ellos tres conviven, las actuaciones perfectas, los paseos en bicicleta, en coche, el muelle, ese triángulo amoroso, esa poética trágica del amor.
Yo había visto Los 400 golpes, pero fue esta película la que me enamoró del cine de Truffaut. Yo era muy joven, pero creo que lo que me impresionó es el trabajo con la emoción y los sentimientos, la sensibilidad extrema y sutil que atraviesa toda su filmografía y me hizo ser desde entonces una fiel de sus historias, de su cine.
Y, por supuesto, Jeanne Moreau. Ella como la diosa objeto del amor de esos hombres. Esa actriz magnética, intensa, inteligente, misteriosa, amabilísima. Uno no podía mirarla sin amarla. De una sensualidad extraordinaria. Siempre recordé mucho esa canción que canta ella en el film, acompañada por una guitarra. La estoy escuchando estos días de nuevo por el cd que me mandó mi amiga, y me parece que contiene la historia, la emoción, la tristeza y la desolación que produce el final de Jules et Jim. Tiene esa estructura circular, como de canción infantil, y es cantada con esa voz única y hechizadora de Jeanne Moreau.
Esta canción la he cantado como parte de las partituras subjetivas que construimos los actores cuando actuamos. La tarareaba en voz muy baja, secretamente, cuando hacía Romeo y Julieta. Aunque no tenía nada que ver con la época isabelina, ni con el género, pero en la subjetividad y en el imaginario todo es posible y todo puede cruzarse y asociarse. La actuación nunca es literal, por suerte. Adentro siempre hay otras historias, diferentes, personales, paralelas a la narrativa de la obra. Así que la canturreaba mientras hacía unas acciones en una escena. Como los actores estamos siempre rasguñando, cirujeando de la realidad fragmentos con los que construimos, fue parte de mis partituras personales de trabajo. Y creo que la usé más veces, porque es muy, muy íntima, irrenunciable. Una canción indeleble. Para siempre. Como Jules et Jim, que es una película para siempre.
Fuente: Página 12.
www.pagina12.com.ar
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